About Visa

La vida sin calderilla

Los pagos digitales cada vez tienen mayor presencia en nuestras compras del día a día por su facilidad y seguridad

By Alberto Payo, periodista

Desde hace cosa de un año los pantalones me pesan menos, ya no se me van cayendo tanto y cuando me los quito al llegar a casa no brota de él ningún elemento metálico que golpee la tarima con fuerza y haga un ruido ensordecedor al precipitarse. Los vecinos del piso de abajo deben estar encantados.

Las llaves de casa monopolizan ese bolsillo minúsculo del vaquero. Se han quedado todo el espacio para ellas. Como cuando tu hermano o hermana se emancipan y te dejan esa habitación que ha sido compartida durante tanto tiempo solo para ti.

Mis monedas son ahora como esos juguetes viejos de Toy Story. Abandonadas. Olvidadas. Reemplazadas. Me miran con inquietud y preocupación desde una polvorienta balda de la estantería. Han pasado a formar parte de uno de esos montones del caos, camufladas entre pinzas, caramelos de menta, post its y gomas para el pelo. Se preguntan cuándo será su momento de volver a entrar en acción. Pobres.

Llevaban mucho tiempo advirtiendo de que esto podría ocurrir, pero no deja de ser curioso que un virus haya acelerado un menor uso del efectivo en muchas partes del planeta. El miedo al contagio, pero también la facilidad de poder pagar con tarjeta o con el móvil en cualquier comercio o establecimiento, por pequeño o modesto que sea, han acelerado esta transición.

La "bolsa" se ha desligado de la vida. Puedes salir de casa sin dinero y prácticamente sin tarjeta sin que te dé un síncope. Muchos bancos, la mayoría, ya permiten que tengas una representación de la misma en tu smartphone y puedas pagar a través de NFC.

Tienes la posibilidad de ir al súper, montarte en autobús o en metro, tomarte el café en la cafetería de siempre o pedir un menú del día, comprar esa revista donde sacaron un artículo tuyo, ir a por fruta, bajar a la farmacia, pasar por la ferretería y hasta abonar la nueva remesa de clases de conducir para la autoescuela solo acercando el móvil. Pura magia jedi.

Además, la pandemia me ha vuelto un heavy user de ciertas apps y plataformas que antes miraba un poco con desdén y en las que casi te olvidas de lo que supone pagar. Muchas de mis compras de cosas que necesito, incluso las del súper, las hago deslizando el dedo. Algunas de mis cenas o comidas las pido con un par de clicks. También puedo solicitar un coche para moverme a otro punto de la ciudad si no quiero esperar a un taxi. Y hasta hay algún día que voy a por comida sobrante para salvar algún que otro pack que se ha quedado 'huérfano' en un restaurante o frutería.

Las personas mayores están teniendo que adaptarse a esta transformación a marchas forzadas. Algunos aún resisten, pero muchos han visto la situación como una manera de modernizarse e incluso de sentir las ventajas que tiene la digitalización.

Mi padre, con 84 años, era un abanderado del euro y también de la peseta. Sus billetes de 20 y 50 euros eran antología pura y aparecían desde hace dos décadas cuando había que dar propina a algún nieto o 'cumplir' con un regalo de cumpleaños o Navidad. Será porque el billete es corpóreo, pesa y hace ilusión, más que un cofre de experiencias. A diferencia de una transferencia, recibirlo en 2021 sí que es casi una experiencia.

Pero desde hace unos meses mi señor padre ahora va pagando las compras con una flamante tarjeta, que tiene un logo de Visa en su parte superior. Hasta va presumiendo por ahí de no tener que actualizar la libreta y de no esperar ya la cola en el banco. Puede que haya sido cosa de la pandemia... o de su determinación de no querer madrugar.

*Ningún céntimo ni euro ha salido herido durante la elaboración de este artículo.

Tag: Digital commerce